Ginoide G01
Cuando mi primera esposa murió a causa de la leucemia, me sentí devastado. No había nada en este frío mundo que amara más que a Lizabeth, aquella joven morena que conocí en la universidad. Sus ojos eran color miel y reflejaban perfectamente el sabor de sus labios. Y cuando se fué, no me quedó más que fotografías, recuerdos de papel que con gusto habría quemado si tan solo ella se hubiera quedado conmigo. Hablar de amor, para mi, era igual que hablar de muerte. No había ninguna diferencia. Mi psiquiatra dijo que estaba en una de esas fases agudas del duelo porque me negaba a creer que aun cuando habíamos construido máquinas capaces de viajar a los mundos que antes solo podíamos soñar, no éramos capaces de vencer a la muerte. En el año 2150 había por fin creado a la inteligencia artificial y aun así, seguíamos siendo vencidos por las enfermedades, cada vez más agresivas, dispuestas a erradicar la plaga humana. Sigue leyendo